Instantes de pausa y sentido
Para volver a lo esencial
Descubrí la historia secreta del Palacio Fernández Anchorena en Recoleta. Una
esquina de Buenos Aires que cambió mi forma de caminar la ciudad para siempre.
¿Cuántas veces pasaste por Alvear y Montevideo sin levantar la vista?
Yo también era así.
Hasta que una tarde de abril, con esa luz embriagadora que solo se ve en los atardeceres porteños, algo me hizo detenerme.
No era solo un edificio.
Era una máquina del tiempo.
Una máquina del tiempo, para mí, es un breve instante en el que el presente se detiene...
La esquina que susurra historias
El Palacio Fernández Anchorena no grita su importancia. La susurra.
Como esos lugares con historia real, de los que cambian tu forma de mirar la ciudad para siempre.
Imaginá esto: principios de 1900, la época dorada de Buenos Aires.
Una familia aristocrática construye su palacio soñado… pero nunca llega a habitarlo.
¿Por qué?
Ese dato me obsesionó durante semanas.
Tres vidas, un palacio
Marcelo Torcuato de Alvear, apenas elegido presidente, eligió estas paredes para vivir junto a Regina
Pacini, la soprano nacida en Lisboa que conquistó los escenarios del mundo… y también su corazón.
Imaginá las conversaciones en esos salones.
Las noches de música.
Los proyectos políticos gestándose entre mármoles traídos de Europa.
Pero la historia no termina ahí.
Adelia María Harilaos de Olmos, marquesa pontificia, compró el palacio años después.
Una mujer devota que transformó el lujo en contemplación, y los salones en espacios de caridad.
Sus pasos resonaron en los mismos pasillos donde antes se hablaba de ópera y poder.
Su fe la llevó aún más lejos: donó el palacio a la Iglesia, convirtiéndolo en lo que es hoy:
la sede de la Nunciatura Apostólica en Buenos Aires.